San Antonio María Claret fue un alma grande, nacida como para ensamblar contrastes. Pudo ser humilde de origen y glorioso a los ojos del mundo. Fuerte de carácter, pero con la suave dulzura de quien conoce el freno de la austeridad y de la penitencia. Calumniado y admirado, festejado y perseguido. Y entre tantas maravillas, como una luz suave que todo lo ilumina, su devoción a la Madre de Dios.